La historia de la Cantabria Primitiva es muy rica, ya que aqui se encuentra uno de los yacimientos artísticos más importantes de la Prehistoria: Altamira. Esta cueva es considerada por los expertos como la Capilla Sixtina de la Prehistoria.
Con las pinturas de Altamira, Cantabria se anticipa casi 10.000 años, al gran arte de las civilizaciones orientales (Egipto, Mesopotamia, etc), y ofrece al hombre moderno el primer testimonio de la genialidad de la especie.
La esplendorosa manifestación artística que, repartida por las paredes de cuevas y yacimientos arqueológicos se manifiesta en Europa desde el paleolítico medio y superior, logró algunas de sus cumbres expresivas más universales en las entrañas de esta región.Además de Altamira destacan las maravillas conservadas en las cuevas de Puente Viesgo, El Pendo o La Garma.
Con la mejora del clima y la introducción de la domesticación de animales, pastores neolíticos y de la edad de los metales fueron colonizando los pastos altos de la región de donde se retiraban los hielos; allí quedan vestigios de sus utensilios y cerámica, así como túmulos funerarios y misteriosas alineaciones e ídolos de piedra.
Transcurren los siglos y en el primer milenio a.j.c. hallamos en nuestros valles un pueblo, que los romanos unifican con el nombre de "cántabros"..
Grupos primitivos con organización tribal, que viven ya dentro de una cultura del hierro, y que se atreven a enfrentarse a la imponente fuerza de las legiones romanas y hacen enormemente difícil a éstas su sometimiento.
Los poblados o "castros" cántabros (castros del Bernorio y de Celada Marlantes, detectados y analizados por la arqueología) estaban fortificados con murallas de piedra y puertas bien defendidas.
Su feroz resistencia al invasor romano causó asombro en el mundo antiguo, de modo tal que quedó reflejada en los textos históricos y literarios de los autores clásicos con mayor frecuencia e intensidad que la de cualquier otro pueblo hispánico.
Como reliquias cántabras nos han quedado las grandes estelas de Zurita, de Barros o de Lombera, que se pueden ver en el Museo de Prehistoria....
La denominación de Cantabria procede por tanto del nombre del pueblo que habitó esta región en la antigüedad, al que llamaban Cántabro. No es segura la etimología de este vocablo. La raíz <> es celta o ligur y probablemente, significa piedra o roca. El sufijo <> tiene un sentido de <>. Según esto, Cántabro sería el habitante de las peñas o de las montañas. El pueblo que habitaba la región de Cantabria era conocido en la antigüedad por las fuentes grecos-latinas con el nombre de Cántabro.
Se trataba de gentes de montaña, que ocupaban un territorio cuyas fronteras rebasaban algo a las actuales de la región. Así , por el oeste, los Cántabros llegaban hasta el Sella, al otro lado del cual se asentaban los Astures; por el sur llegaban hasta Cistierna, Guardo, Amaya, Bricia y Espinosa de los Monteros, Lindando con vacceos y turmogos, y por el este, el país de los Cántabros incluía el valle de Guriezo.
Ocupaban, pues, la zona montañosa hasta el borde de las llanuras Castellanas, dominadas por las imponentes fortalezas de la peña Amaya, verdadera atalaya Cántabra sobre las tierras de vacceos y turmogos.
La zona más caracterizada de Cantabria lo constituía las fuentes del Ebro y la franja costera que viene a coincidir con su meridiano. En realidad, se trataba de un conglomerado de pueblos unificados y controlados por gentes procedentes de las inmigraciones indoeuropeas del 700 antes de Jesucristo (probablemente los plentuisios y blendios del nacimiento del Ebro), y del año 600 antes de Jesucristo (los vellicos de la zona sur del país). Esto es lo que daba el carácter predominante al pueblo.
En el que, por una parte, existía a su vez numerosos elementos culturales locales que se remontan, por lo menos, a la edad de bronce y, por otra, había influjos celtibéricos foráneos que iban superponiéndose, especialmente desde del siglo II antes de Jesucristo. Los Cántabros estaban divididos en tribus, probablemente no todas ellas culturalmente homogéneas.
Además de las tribus ya citadas, los orgenomescos ocupaban una extensa zona de la región más occidental de la costa, que incluían San Vicente de la Barquera.
También se cita a los avaríginos en el Alto Nansa; a los salenos, acaso, en las riberas del Saja. Los Cántabros coniscos tal vez ocupaban Valderredible. Los coniacos, la zona oriental y los concanos, posiblemente, la Liébana. Por de bajo de la tribu había una unidad social elemental que se llamaba o clan.
En las costumbres de los Cántabros había rasgos de tipo indoeuropeo, y otros muy acusados al menos en ciertos ambientes, evidentemente preindoeuropeos. Entre éstos destaca un cierto comportamiento de carácter matriarcal, con un predominio no tanto de la mujer como de la familia de ésta sobre la del marido, en temas de propiedad, transmisión de herencias y dotes matrimoniales.
El género de vida es muy sobrio, las fuentes de producción muy escasas y reducidas a una economía de subsistencia fundada en la ganadería y en la cultura elemental. La actividad preferente del varón era la guerra, en la que los Cántabros destacaban como guerreros de un heroísmo a veces rayando la locura. No solo luchaban entre si, sino que depredaban, en los momentos propicios, los ricos campos de la llanura Castellana y se ofrecían como soldados mercenarios en países relativamente lejanos. Por eso adquirieron una merecida fama de temibles guerreros, amantes de sus costumbres y de su independencia.
Cuando la derrota era inevitable, no rehuían el suicidio como salida honorable, para lo cual usaban una poción letal extraída de las hojas del tejo.
La primera referencia escrita que ha llegado a nosotros, en el que se cita al pueblo Cántabro se remonta a 200 años antes de Cristo. Su autor, el historiador romano Marco Porcio Catón, afirma que el Río Ebro nace en territorio de los Cántabros.
A partir de aquel momento, las citas sobres Cántabros y Cantabria se sucede ininterrumpidamente hasta los tiempos de la dominación Romana, continuando después a lo largo de todo el imperio y el posterior reino de los visigodos.
La fama del pueblo Cántabro está corroborada por las casi ciento cincuenta referencias que sobre él aparecen en los textos griegos y latinos, tanto históricos y geográficos como literarios, conservados. La razón suprema de aquella celebridad fue la tenaz y heroica resistencia que mantuvieron contra los ejércitos romanos por espacio de más de diez años, en desesperada defensa por su independencia y libertad.
Por supuesto, era el más conocido de los pueblos del Norte de España, hasta el punto de que los romanos bautizaron con su nombre a todo el mar que baña la costa septentrional de la península.
Aunque administrativamente sometido a los invasores, el pueblo Cántabro no perdió su identidad, como demuestran, sin lugar a dudas, los testimonios epigráficos que han llegado hasta nosotros, en donde, generalmente, aparece constancia de que quienes los elevaron pertenecían a la nación Cántabra.
Paralelamente, existen numerosas evidencias de que mantuvieron en gran medida sus costumbres, instituciones y creencias ancestrales, hasta el punto de que, aunque la mayoría de los restantes pueblos hispanos perdieron su identidad anterior a lo largo de la dominación romana, los Cántabros lograron mantenerla.
A la caída del imperio, este pueblo dio tan claras muestras de vitalidad como para asumir el radical protagonismo histórico de recuperar su vieja independencia frente al reino visigodo. Parece que eran buenos artesanos en la forja de hierro y en las técnicas de la madera.
En su ajuar guerrero figuraban armas y adornos similares a las de otro pueblos Celtas de la meseta (espadas tipo Bernorio, puñales de antenas, fíbulas de doble resorte...), junto a elementos comunes a otros pueblos peninsulares, como la caetra o pequeño escudo redondo y los dardos y jabalinas, en cuyo manejo eran maestros.
Por lo que se refiere a los cultos religiosos, parece que en la Cantabria prerromana se adoraba a una diosa madre, que después, en época romana, fue designada con el propio nombre del país, es decir, Cantabria. Posiblemente a ella, identificada con la luna, era a quien se rendía culto con animadas danzas y festejos en la noches de plenilunio, según nos cuenta Estrabón.
Existía también un dios de la guerra, identificado más tarde con el Marte latino, a quien los Cántabros ofrecían en holocausto caballos y prisioneros.
La sangre caliente de los primeros era bebida ritualmente por los individuos de la tribu Cántabra de los concanos, según diversos testimonios.
También sabemos que los Cántabros veneraban las cumbres de ciertas montañas, las fuentes, los ríos y otros elementos naturaleza. A los difuntos, que normalmente debían ser incinerados, si había muerto heroicamente en el combate se les daba un trato especial, dejando que su cuerpo fuera despedazado por los buitres, con el fin de que el alma pudiera emigrar al cielo con mayor premura.
Esta costumbre es la que parece estar representada en la famosa estela de Zurita.
Normalmente, los Cántabros habitaban en poblados fortificados sobre un alto; es lo que se domina.
En el sur de Cantabria, donde tales fortalezas fueron objetos de mayor atención en razón de la defensa del país, conocemos magníficos ejemplares, como peñas Amaya, monte Cildá, monte Bernorio y otros en la región de Campóo....
Casi todo lo que conocemos sobre las Guerras Cántabras se lo debemos a diversos autores latinos que escribieron sobre la mismas, principalmente Dion Cassio, Floro y Orosio.
Sin embargo ellos no fueron testigo de las operaciones, sino que escribieron muchos años, e incluso varios siglos después, consultando otras obras más antiguas que no han llegado hasta nosotros.
Los textos han sido objeto de interpretaciones muy diversas.
Las guerras Cántabras se desarrollaron entre los años 29 y 19 antes de Cristo, si bien los tres primeros debieron ser de tanteo, con escaramuzas al sur de la cordillera.
El comienzo de las operaciones a gran escala contra los cántabros tuvo lugar en el año 26.
Por lo demás, la romanización de Cantabria debió ser un barniz superficial, pues a la caída del Imperio los Cántabros recuperaron sus viejos modos de vida, lo que sería impensable en un territorio que hubiera sido civilizado por Roma.
En realidad la romanización borró la identidad de la totalidad de los pueblos Prerromanos de Hispania, exceptuando a varios pueblos del Norte: los galaicos, los astures, los vascones y, por supuesto, los cántabros....
Siete siglos después de aquellas gestas Cántabras, se creaba en plena España Visigótica y durante el reinado de Ervigio (680-87) el Ducado de Cantabria si bien la aparición documental de este nombre data del año 883 cuando aparece en la crónica Albendense al tratar Alfonso I diciendo: ''iste Petri Cantabriae ducis filius fuit'', es decir, junto a la figura se cita el título de Duque de Cantabria, que atestigua la territorialidad de su ducado, aun cuando no existían citas de ninguna época que determinen la extensión que pudiera tener el mismo pero que según el historiador Maza Solano era más o menos el mismo que el de la Cantabria romana.
Las citas sobre el Ducado de Cantabria vuelven a encontrarse en las viejas crónicas; así, la de Alfonso III dice:'' Adefonsus filius Petri Cantabrorum ducis'' y el historiador Sánches Albornoz centra la fundación del Ducado de Cantabria en el último siglo de la historia hispano-goda cuando el territorio dejó de ser un enemigo y un peligro para la Monarquía por el posible hecho de que durante esta época ''integrara un ducado regido por un Dux, delegado regio en el país...
Según el historiador Joaquín Gonzáles Echegaray en su obra ''Cantabria Antigua'', Pelayo (quién en calidad de soldado profesional encabezó la sublevación inicial de los campesinos nativos de una zona del territorio de la Cantabria Occidental contra cierto control ejercido por el gobernador árabe de Asturias 'Munuza'') es nombrado jefe de los astures, logra la liberación de toda la Asturias Trasmontana del dominio cordobés y decide sellar un pacto con las otras zonas independientes del norte de España, que entonces controlaban el antiguo Duque de Cantabria, Pedro.
Bajo dicho pacto se concierta el matrimonio de Ermesinda, hija de Pelayo, con Alfonso, hijo del Duque Pedro, consolidando de esta forma la federación de ambos núcleos de lucha contra el Islam.
A la muerte de Pelayo en el 737, es nombrado jefe de los Astures su hijo Fáfila (o Favila) quien dos años después resulta despedazado por un oso durante una cacería en los Picos de Europa.
Es entonces el momento en que el cántabro Alfonso es proclamado jefe único de todos los pueblos sublevados por su doble vinculación con el movimiento cántabro-occidental a través de su esposa, y con el resto del movimiento cántabro por su filiación respecto al Duque Pedro.
Así se establece una verdadera unión permanente, el territorio se ensancha y Alfonso, pareciéndole desfasado y poco significativo el antiguo título de Duque, se decide a usar por vez primera el nombre de Rey, y precisamente Rey de los cántabros-astures (Alfonso I, El Católico).
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