bienvenidos a "el universo de las letras cántabras"

Para hacerse una idea de este universo de las letras en esta tierra tan especial y hermosa, he escogido un artículo de un médico cántabro con sensibilidad literaria D. Juan Antonio González Fuentes… y dice así:

Algunos escritores y poetas viven en Santander, en esta Reserva Infinita que en no pocas ocasiones es una tumba cansina y eterna. Estén al tanto, es fácil toparse con ellos, léanlos de vez en cuando

Le quiero tomar el pulso y ponerle el termómetro a la creación literaria en Cantabria para conocer su temperatura y establecer su ritmo cardiaco. Obediente procedo a hacerlo, pero advirtiendo de antemano que soy médico mediocre y que el termómetro utilizado muestra los grados en una escala que a mí me convienen o interesa, la mía muy particular. Teniendo en cuenta estas dos premisas, más las circunstancias que rodean o que son intrínsecas del sujeto analizado, diré que en un acercamiento superficial la creación literaria en Cantabria tiene una temperatura adecuada para la vida. Lo que no es poco, dado que los apoyos institucionales son naturalmente famélicos y que Cantabria está situada en la lejana periferia de una sistema creativo que ya de por sí es periférico.

Hoy en día conviven en nuestra pequeña geografía varias generaciones de escritores que con mayor o menor fortuna, con más o menos “proyección nacional”, están escribiendo en distintos campos y géneros literarios, si es que esta estabulación temática de lo escrito puede seguir sosteniéndose a estas alturas de la película.

Las calles de Santander, de Torrelavega..., son pateadas a diario por un número estimable e insospechado de poetas y narradores, de ensayistas creativos y dramaturgos, de articulistas, de..., que con edades, formaciones, expectativas y experiencias muy heterogéneas siguen empeñados, afanados, en la vocación y oficio de emborronar con palabras negras folios en blanco o pantallas luminosas de ordenador.

Se me enfadarán los narradores, pero la especie de plumíferos cántabros más abundante y reconocida dentro y fuera de esta Gran Reserva o parque temático de nombre Cantabria Infinita es la de los poetas.

Son muchos los poetas cántabros, siempre han sido muchos a lo largo de los últimos ciento y pico años, y quizá sea la atmósfera de balneario pulcro y anémico la que propicie el fenómeno, o al menos, la que lo adjetive. Si uno se aposta en un banco de la plaza de Pombo no tardará mucho en vislumbrar la figura de Julio Maruri, a sus más de ochenta años parisinos y santanderinos, pictóricos y carmelitas, el último gran poeta proelista vivo, todo un Premio Nacional.

Y al poco de pasar Maruri, tampoco será extraño que vea circular la figura menuda y oscura, simpática, filosófica y nadadora de Alberto Santamaría, el crack cántabro de la más consolidada joven poesía española, quien a sus 32 años está en todas las quinielas de los buenos versos, habita en muchas de las grandes colecciones poéticas hispanas, y está a punto de lanzarnos un ensayo en la editorial Pre-textos llamado a hacerse un hueco inapelable en la difusa frontera de lo poético filosófico.

Dos poetas de dos generaciones separadas por más de medio siglo, y entre ellos todo un océano de versos, revistas, libros, lecturas, antologías, colecciones..., todo un océano calmo o con olas encrespadas de poetas representativos de todas las tendencias habidas y por haber:

Carlos Alcorta, Rafael Fombellida, Ángel Sopeña, Fernando Abascal, Marián Bárcena, Miguel Ibáñez, Ana García Negrete, Vicente Escudero, Antonio Montesino, Gómez Aguilera, Gloria Ruiz, Manuel Arce, Enrique Ferrer, Marcos Díez, Jesús Cabezón, Mariano Calvo, P. J. De la Peña, Natalia Liaño, Malo Macaya, Fidel de Mier, María Jesús Puente, Lorenzo Oliván, Regino Mateo, Isaac Cuende, Alejandro Gago, Ana Belén Rodríguez de la Robla, Maribel Fernández Garrido, Guillermo Balbona, Adela Sainz, Raquel Serdio, Mario Crespo, Yolanda Soler Onís...

Sí, un océano que ha visto recogidas algunas de sus olas en antologías nacionales, en importantes premios como el Loewe, o en varias de las señeras colecciones poéticas de este país llamado de momento España: Pre-Textos, Visor, Hiperión, Renacimiento, Icaria, DVD ...

Para hacerse una idea de este contingente de versos y poemas el público asistente puede acercarse a su librería de guarda y preguntar por dos libros: Voces poéticas de Cantabria (1977-2004) de Luis Alberto Salcines (Devenir, Madrid, 2005) o La poesía del medio siglo en Cantabria (1950-2000) de Manuel Arce (Estvdio, 2006).

En las mismas baldas podrá hacerse, por ejemplo, con otros dos títulos significativos de por donde fueron y por donde van los tiros: Sutura (Hiperión, 2007) de Carlos Alcorta, y la Antología (1949-2006) de Alejandro Gago (Icaria, 2007).

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El terreno del arte de narrar, por razones bastante comprensibles para cualquiera, creo que ofrece menos hitos significativos a apuntar, aunque haberlos haylos desde luego, y no poco sorprendentes bien por las dimensiones de los esfuerzos, en algunos casos homéricas, bien por su calidad o bien por su repercusión en el atiborrado panorama peninsular.

Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) es uno de los mejores cuentistas españoles del momento actual, y espero que no se me enfade por llamarlo cuentista. Calcedo de un tiempo a esta parte se ha convertido en uno de los maestros del cuento español, un cuento pasado eso sí por el medio oeste americano, y en el que nos es difícil reconocer las huellas dactilares de autores como John Cheever, for example. En este sentido Calcedo, como ha reconocido ya la crítica especializada, inventa su propia tradición, alejada en cualquier caso de la tradición española más garbancera. De Gonzalo Calcedo el lector va a encontrar en las estanterías títulos como La carga de la brigada ligera (Menoscuarto), Esperando al enemigo o La madurez de las nubes, los dos en Tusquets.

Por las calles de Santander es muy fácil ver caminar a velocidad mareante a Enrique Álvarez (León, 1954), según mi termómetro, sin duda posible uno de los escritores de raza más auténtica de los que encuadran el panorama al que aludimos, y uno de los que a pesar de su veteranía y obra aún está poder leer, o mejor dicho, por leer bien. Autor de novelas y de algunos libros de cuentos realmente memorables, el aficionado que lo desconozca puede empezar a intimar con su trabajo leyendo El trino del diablo (Menoscuarto, 2006), generosa antología de sus cuentos.

Abandonado a un aparente silencio se mostró durante años Manuel Arce (Asturias, 1928), el prosista de obra más extensa y mejor publicada de los que hoy respiran nuestro mismo aire. Seis novelas entre 1956 y 1970 editadas por Destino, Seix Barral o Plaza & Janés, dos de ellas llevadas a la pantalla grande, lo contemplaban nostálgicas hasta que en 2006 ganó el Premio Internacional de Novela Emilio Alarcos con El latido de la memoria (Algaida), más de 400 páginas con una historia ambientada en el Santander de la Guerra Civil.

En mi supina ignorancia a estos tres nombres yo sumaría los de Gloria Ruiz, Carlos Villar Flor y Baldomero Madrazo, narradores que en dos de los casos (Gloria y Carlos) son poetas, y en el caso de Ruiz, sobre todo poetas. Los tres han publicado novelas con fortuna desigual. Los tres ofrecen títulos a tener en cuenta en un somero repaso del panorama regional. A la lista hay que sumar a un narrador excepcional cultivador de un género minoritario y minúsculo, el microrrelato. El poeta Miguel Ibáñez es un maestro en tales distancias, y al que me lleve la contraria lo desafío a que lea El lobo veloz (La Sirena del Pisueña), una muestra con ramalazos tal vez geniales de género tan complejo y breve.

En una ampliación de capitales, o mejor dicho, de géneros, debería extenderme hasta la escritura teatral, es decir, los textos pensados para ser llevados a las tablas de un escenario. En este apartado llamado a ser invisible a fuerza de ser imposible en una capital como Santander, puedo apuntar de memoria al menos tres autores: el gran Isaac Cuende, poeta, actor, recitador y autor a quien habría que levantar un monumento municipal como eximio mantenedor durante décadas oscuras de la llama literaria en la región; el no menos grande Paco Valcarce, figura esencial en la subsistencia de la actividad teatral en Cantabria a finales del siglo XX; y el joven pero menos Alberto Iglesias, actor también, y también poeta y narrador, cuyas obras para las tablas se representan en buena parte de España y ganan con voracidad premios de escritura teatral por doquier.

No llevo la cuenta de todos los nombres y los apellidos apuntados, pero me temo que son decenas, demasiados a no dudarlo para un oficio en el que, según Eliot, sólo sobreviven un puñado cada cien años a las sentencias del tiempo, y de entre los elegidos, en ocasiones, sólo algunos libros, algunos cuentos, algunos pocos versos. Con todo, seguro que se me han quedado nombres en el tintero, es decir, más razones para puntilloso apuntes en las benditas y puntillosas listas negras. Claro que en alguna lista de algunos de los citados también habrá hoy más motivos para más anotaciones. ¡Qué le vamos a hacer! “Más madera, esto es la guerra”, decía el único de los Marx al que aún hoy se le ríen las gracias.

Queda aquí constancia de una porción de la legión de letraheridos que puebla nuestra cotidianeidad, que llena cuadernos, paquetes de folios o discos duros con las palabras más hermosas, verdaderas, elocuentes…, de que son capaces. Escriben poemas, cuentos, novelas, artículos, ensayos, críticas, reseñas, blogs,.. Con sus obras impresas seguro que algunos construirían una bonita pira funeraria, harían un espléndido y entretenido auto de fe. Y seguro que en otros en ellas encuentran verdades como puños, versos y poemas memorables, pensamientos acertados y brillantes, personajes inolvidables, historias que se desea no terminen, explicaciones para lo inexplicable, hermosa confusión desarbolando el más domesticado sentido común.


Muchos de estos escritores y poetas, la mayoría, viven en Santander, otros incluso sobreviven fuera de los límites fronterizos de esta Reserva Infinita que en no pocas ocasiones es para sus escritores una tumba abierta, cansina y eterna. Estén al tanto, no es difícil toparse con ellos, y léanlos de vez en cuando.

@Juan Antonio González Fuentes -

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